Reseña (Noviembre 2011)

 

La marca en la tierra
Graciela Rendón
Ilustración de tapa: Mónica Weiss
Córdoba, 2008
Ed. Comunicarte
Colección: Veinte escalones (Nº11)
Nº de páginas: 188

Por Brenda Sánchez (*)

La marca en la tierra presenta algunos temas escasamente transitados en la literatura juvenil argentina: la cuestión del indio, el abandono materno. Rendón nos presenta la historia de Edelina, una niña mapuche que debe hacerse cargo de sus dos hermanitas y ayudar a su padre en el campo cuando su madre los deja.
El texto se asienta en la dicotomía nosotros/los otros y la historia se desarrolla en esta dialéctica. El hallazgo estilístico más certero de Rendón es la posibilidad de que los términos nosotros /los otros sean intercambiables gracias a la pluralidad de voces que toman la palabra en la narración. A veces nosotros somos Edelina, Aureliana y su mundo mapuche; y otras, somos las maestras, Indira y el mundo urbano. Al final, y como síntesis de este movimiento, se produce el encuentro de las esferas que parecían inconciliables en una pueblada que trasciende la historia personal de los personajes y se convierte en una reivindicación social, étnica, de clase y de género.
El gringo terrateniente también entra en escena —aunque como escenografía que esboza el problema de una Patagonia cada vez más en poder de capitales extranjeros sólo ocupados de la rentabilidad¬¬— y es siempre un “otro”.
El tema del indio está planteado sin estereotipos, por lo que la novela está lejos tanto de la concepción indigenista (centrada en la denuncia de las condiciones deplorables de vida de los aborígenes), como de la exaltación elegíaca de algunas vertientes regionalistas (que añoran el terruño perdido en un pasado feliz e irrecuperable).
Edelina es una adolescente que crece entre el mundo indígena-rural y el blanco-urbano y se debate entre la obediencia y la autodeterminación. Se plantea como contradicción del lugar de la mujer en su cultura, con el que no está de acuerdo y la posibilidad del desarraigo (como lo hizo su madre), que tampoco puede enfrentar todavía. Edelina se pregunta (y esa pregunta queda sin resolver, porque es nada menos que el proceso de autoconstrucción, los mecanismos que configuran la identidad) si ella puede romper con el mandato de sometimiento que pesa sobre las mujeres en su cultura, pero aún así, seguir siendo mapuche y llevar con orgullo su marca de la tierra.
El texto también puede ser leído en clave de género. Los hombres son los que tienen el poder y las mujeres se rebelan contra ese lugar de sometimiento que les han impuesto por tradición (madre de Edelina), por convenciones sociales (madre de Indira), por escalafón laboral (trabajadoras sociales). Las niñas Edelina e Indira no naturalizan esa situación y buscan ser distintas de sus madres. La realidad de Edelina y su familia es condenada desde el medio sociocultural blanco-urbano como atrasada y se revictimiza a las víctimas del abandono, porque “algo habrán hecho”; mientras que, aunque todos conocen los hechos de violencia doméstica en la casa del intendente (padre de Indira), miran para el costado porque están atravesados por el consenso social de que son cosas privadas de cada familia.
La Patagonia aparece en toda su riqueza geográfica y cultural. El mundo mapuche se entreteje en el texto en distintos niveles, lo que le da riqueza y profundidad. La cosmovisión mapuche aparece en el entorno familiar de Edelina, pero el mundo mítico se alcanza a entrever en la figura evocada de Raimundo, el abuelo, dueño de la sabiduría ancestral, y en Aureliana, la curandera-hechicera. Raimundo no sólo es recordado, sino que a través del recuerdo y del afecto se hace efectivamente presente para Edelina, porque “así pensaba su gente, que la vida continuaba después de la vida” (p. 179). Raimundo y Aureliana tienen una relación estrecha con la naturaleza, son parte cósmica de un todo en el que no hay jerarquías entre tierra, animales y hombres. Todos son parte indispensable en el equilibrio de la vida.
Dentro de esta misma concepción está el caballo, que es un elemento fundamental en la cultura mapuche y aquí aparece no sólo como transporte sino como compañero, confidente, protector. Hay una relación de intimidad afectiva con el caballo.
Uno de los hallazgos estilísticos más importantes es que estas ideas no sólo están presentes en la trama, en el nivel de la historia (diégesis), sino a nivel estilístico. Las imágenes de la tierra tienen que ver con esa idea de unidad entre hombres y naturaleza y parecen espejos rotos: son ásperas pero hermosas, como esa geografía.
Los capítulos son breves y más que a unidades de acción, responden a “unidades de sensación”. Hay una búsqueda y un ahondamiento en la vivencia afectiva del espacio, lo que otorga a todo el texto una atmósfera lírica, que se siente, sobre todo en las vivencias de la tierra que desencadenan los recuerdos de la madre ausente y del abuelo Raimundo.
En La marca en la tierra, Rendón abre una huella en esa tierra ventosa de la Patagonia por la que nos invita a caminar y a sentir, porque “cuando la huella es honda y se asienta, ya no se va, y siempre sirve de guía para cuando se vuelve” (p. 183).

  • (*) Brenda Sánchez es Licenciada en Letras, FFyL, UNCuyo. Trabajó en proyectos de investigación en los ámbitos de literatura argentina del siglo XX, literatura de Mendoza y literatura infantil. Becaria de la SeCTyP, UNCuyo, 2004 y 2005. Ha publicado numerosos artículos en revistas especializadas.

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